domingo, 29 de mayo de 2016

Lo que otros quieren que seas

Al acabar, gira el grifo y corta la corriente. Mientras una nube de vapor inunda todo el cuarto de baño sale de la ducha, coge una toalla y comienza a secarse; con ella recorre cada rincón de su cuerpo, sus piernas, su abdomen y sus brazos. Luego coge otra toalla más pequeña y la envuelve una, dos y tres veces en el pelo mojado antes de ir a buscar el secador y utilizarlo para dejar su largo pelo suave y seco.

Al acabar va a su habitación y coge sus mallas favoritas (las negras y blancas a rayas) y la falda que mejor le queda, si es que alguna le queda bien. Hoy se siente bien, con fuerzas; hoy elige la camiseta de su grupo favorito y se la coloca.

Ahora es el turno de los pendientes. Una oreja con tres abajo y otra con tres arriba, como siempre quiso tener. Ya casi está todo.

Vuelve al lavabo, abre el primer cajón y saca el maquillaje. Un poco de base acorde a su tono de piel, el rimmel y el pintalabios rojo. Tampoco quiere maquillarse demasiado, es solo un día normal.
Antes de acabar comete un error, EL error. Se mira al espejo y no solo se fija en una parte de su cara, sino que ve su cara entera. El pintalabios se sale de su curso y va hacia la mejilla.
Ve lo que no quería ver.
Cejas más pobladas de lo que querría, rasgos más duros y marcados de lo necesario. Se ve hombre.

No puede evitarlo, le da un puñetazo al espejo para destrozar la imagen que ve, aunque no puede cambiarla.
No puede ser. No puede ser lo que su madre siempre quiso que fuera. No es lo que él es en verdad. No es una mujer.

domingo, 17 de abril de 2016

Una carga menos, una historia más

Ah, la escritura... la escritura es magia.

Para quien lee, la escritura es la magia del mundo plasmada en una hoja.
Una mirada rápida a las manchas negras que invaden ese fondo blanco y uno se olvida del pasado, del presente y del futuro junto a todo lo que sobra de la vida y que estamos obligados a cargar con nosotros.
Te sumerges y buceas por un mundo que puede ser o no ser el que estás, en un tiempo que puede ser o no el actual, pero que pasan a ser el mundo y el tiempo en el que vives otra vida más.
Caminas, viajas, luchas, investigas, sufres, te asustas, vences y pierdes en ese lugar en el que sólo estas tú. Creces, aprendes: vives.

Para quien escribe, la escritura es la magia que permite una cantidad de cosas inimaginables.
Uno puede dar un discurso, enseñar o guiar a otras personas.
Uno puede explicar una historia y embelesar a cientos de miles de personas, dándoles ese tiempo sólo para ellos y poniendo una sonrisa en su cara.
Uno puede crear un mundo, crear vidas y guiarlas con mano firme y tierna hacia sus vidas, ser quien plasma en hoja el destino de esas personas.

La escritura es la magia que permite soltar el peso cuando el corazón aprieta, que permite a uno quitarse la armadura que permite soportar el día a día pero que cansa los músculos que la soportan. Es esa magia que hace que los pesos del corazón sean un poquito más pequeños, que la suciedad de la piel se vaya río abajo, que el aire que entra en los pulmones sea más puro. 

La escritura es esa magia que hace que la vida sea un poco menos dura. Es esa magia que nos ayuda a dar un paso más cuando estamos a punto de caer.

viernes, 11 de marzo de 2016

Aún te veo morir

Aquel día pude contemplar de primera mano cómo tus ojos perdían su luz, cómo tu cuerpo se relajaba, cómo dabas tu último suspiro en un intento de lo que parecía una sonrisa inerte causada por tu sedación; medicación que antes no conocía y que ahora puedo nombrar al vuelo sin siquiera usar mi memoria conscientemente, medicación que es tu sedación tanto como tu piel y tu alma porque formaba parte de ti.
Aquel día moriste ante mi, y aún veo como fue tu marcha.

Pero aquella no fue la única vez que te vi morir.

Aquel día pude ver como te girabas mientras me decías "venga, va" con una sonrisa más en tus ojos que en tus labios. Sé que te hacías la ofendida y que te divertías haciéndolo, que estábamos jugando a cambiar nuestros papeles: por una vez yo no cruzaba los semáforos rojos y por primera vez decidiste cruzarlo tú, y era ese juego el que me hacía sonreír y dar las gracias por tenerte a mi lado. En aquel pacto tácito, en aquel juego inocente todo era nuestro pequeño mundo donde sólo importábamos tú, yo y nuestra amistad.
Hasta que un Fiat rojo se cruzó en nuestro ensueño.
Nuestras miradas se cruzaron mientras te golpeaba, mientras te sorprendías, mientras se confundía el rojo de tu sangre con el de su pintura.
Ese día moriste ante mi, aunque morirías más veces.

Aquel día pude ver cómo te clavaban una navaja en el pecho después de violarte. Aquella noche en que salimos de fiesta, en que tú, tu amiga y yo nos encontramos con otros chicos y unimos nuestros grupos porque cuantas más personas seamos, más reiremos. Tu amiga se fue un rato por ahí, y tu te fuiste con uno de los chicos mientras yo te veía marchar y sonreía porque por fin te veía alegre y confiada en ti misma. Al cabo de un rato salí del bar a refrescarme y dí un paseo porque sabía que volverías, que no habías ido muy lejos; sabía que al acabar la fiesta volveríamos a encontrarnos para ir juntos a casa como buenos vecinos y amigos. Pero mientras pasaba por un parque e vi a ti tirada en el suelo, te vi con los pantalones quitados, te vi con lágrimas y sin llorar, viva sin vivir aunque lo que te quedaba de vida acabó con aquella hoja de navaja incrustada en tu pecho mientras aquel chico al que apenas conocíamos de unos minutos corría hacia la oscuridad.
Aún veo como me acerco a ti, cómo intento parar la sangre y te digo que no pasa nada mientras veo que ya ni siquiera hay luz en tus ojos.
Aquella noche moriste en mis brazos, pero aún morirías una última vez.

Aquella mañana de lluvia estabas sola en casa, tronaba y caían rayos cada pocos segundos y tú estabas más asustada que nunca. Nunca te gustaron los truenos y cada uno que caía minaba tu coraza.
Eras la chica más fuerte que he conocido sin duda, eras quien más ha aguantado y con más fuerza se ha revuelto contra la vida, disfrutándola cada segundo cuando ella misma intenta que sufras. Pero aquella mañana la vida pudo contigo.
Aún veo cómo fuiste hacia la cocina y cogiste un cuchillo pequeño, apenas útil para pelar fruta pero lo suficientemente afilado para cumplir tu propósito. Veo como vas con el hacia el lavabo, cómo preparas una bañera con agua caliente y sumerges los brazos. Veo como cortas tus brazos de muñeca a codo sin siquiera un gemido de queja, y veo cómo cae una lágrima solitaria cuando empiezas a sentirte liberada.
Aquella mañana el peso de tu vida fue demasiado para tus hombros. Aquella mañana moriste.

Aún veo cómo has muerto todas esas veces, y veo muchas otras veces en las que moriste.
Aún veo cómo podría haber evitado que murieras, cómo una palabra mía podría haber cambiado cualquiera de todas las situaciones posibles.
Aún veo cómo te fallé.

Y cada vez que se acerca la fecha de tu muerte recuerdo vívidamente todas la veces que moriste, aunque murieras una sola vez.
Aún no se como moriste y, para mi, moriste mil veces.
      (Y una parte de mi muere contigo cada vez)