viernes, 11 de marzo de 2016

Aún te veo morir

Aquel día pude contemplar de primera mano cómo tus ojos perdían su luz, cómo tu cuerpo se relajaba, cómo dabas tu último suspiro en un intento de lo que parecía una sonrisa inerte causada por tu sedación; medicación que antes no conocía y que ahora puedo nombrar al vuelo sin siquiera usar mi memoria conscientemente, medicación que es tu sedación tanto como tu piel y tu alma porque formaba parte de ti.
Aquel día moriste ante mi, y aún veo como fue tu marcha.

Pero aquella no fue la única vez que te vi morir.

Aquel día pude ver como te girabas mientras me decías "venga, va" con una sonrisa más en tus ojos que en tus labios. Sé que te hacías la ofendida y que te divertías haciéndolo, que estábamos jugando a cambiar nuestros papeles: por una vez yo no cruzaba los semáforos rojos y por primera vez decidiste cruzarlo tú, y era ese juego el que me hacía sonreír y dar las gracias por tenerte a mi lado. En aquel pacto tácito, en aquel juego inocente todo era nuestro pequeño mundo donde sólo importábamos tú, yo y nuestra amistad.
Hasta que un Fiat rojo se cruzó en nuestro ensueño.
Nuestras miradas se cruzaron mientras te golpeaba, mientras te sorprendías, mientras se confundía el rojo de tu sangre con el de su pintura.
Ese día moriste ante mi, aunque morirías más veces.

Aquel día pude ver cómo te clavaban una navaja en el pecho después de violarte. Aquella noche en que salimos de fiesta, en que tú, tu amiga y yo nos encontramos con otros chicos y unimos nuestros grupos porque cuantas más personas seamos, más reiremos. Tu amiga se fue un rato por ahí, y tu te fuiste con uno de los chicos mientras yo te veía marchar y sonreía porque por fin te veía alegre y confiada en ti misma. Al cabo de un rato salí del bar a refrescarme y dí un paseo porque sabía que volverías, que no habías ido muy lejos; sabía que al acabar la fiesta volveríamos a encontrarnos para ir juntos a casa como buenos vecinos y amigos. Pero mientras pasaba por un parque e vi a ti tirada en el suelo, te vi con los pantalones quitados, te vi con lágrimas y sin llorar, viva sin vivir aunque lo que te quedaba de vida acabó con aquella hoja de navaja incrustada en tu pecho mientras aquel chico al que apenas conocíamos de unos minutos corría hacia la oscuridad.
Aún veo como me acerco a ti, cómo intento parar la sangre y te digo que no pasa nada mientras veo que ya ni siquiera hay luz en tus ojos.
Aquella noche moriste en mis brazos, pero aún morirías una última vez.

Aquella mañana de lluvia estabas sola en casa, tronaba y caían rayos cada pocos segundos y tú estabas más asustada que nunca. Nunca te gustaron los truenos y cada uno que caía minaba tu coraza.
Eras la chica más fuerte que he conocido sin duda, eras quien más ha aguantado y con más fuerza se ha revuelto contra la vida, disfrutándola cada segundo cuando ella misma intenta que sufras. Pero aquella mañana la vida pudo contigo.
Aún veo cómo fuiste hacia la cocina y cogiste un cuchillo pequeño, apenas útil para pelar fruta pero lo suficientemente afilado para cumplir tu propósito. Veo como vas con el hacia el lavabo, cómo preparas una bañera con agua caliente y sumerges los brazos. Veo como cortas tus brazos de muñeca a codo sin siquiera un gemido de queja, y veo cómo cae una lágrima solitaria cuando empiezas a sentirte liberada.
Aquella mañana el peso de tu vida fue demasiado para tus hombros. Aquella mañana moriste.

Aún veo cómo has muerto todas esas veces, y veo muchas otras veces en las que moriste.
Aún veo cómo podría haber evitado que murieras, cómo una palabra mía podría haber cambiado cualquiera de todas las situaciones posibles.
Aún veo cómo te fallé.

Y cada vez que se acerca la fecha de tu muerte recuerdo vívidamente todas la veces que moriste, aunque murieras una sola vez.
Aún no se como moriste y, para mi, moriste mil veces.
      (Y una parte de mi muere contigo cada vez)