lunes, 14 de diciembre de 2015

Y cuidar de las estrellas...

Miro hacia arriba.
Me estiro.
Salto.
Casi la alcanzo.
Caigo.
Me quito el polvo de la ropa, y vuelvo a intentarlo.

Así paso muchos días de mi vida, desde que te fuiste.

Tiempo atrás, le quité la vida a una estrella fugaz.
Era muy pálida, con un brillo tenue. Su forma, con curvas. Su pelo y sus ojos, marrones. Su estatura, media. Parecía que no hubiera nada destacable de ella, una como tantas, pero era especial; era mi estrella.

Piensa cuantas estrellas hay en el universo; ¿crees que es posible verlas a todas?
Piensa en cuantas personas hay en el mundo; ¿crees que todas buscan su estrella?
Pero yo lo hice. En un cielo plagado de miles de millones de puntos luminiscentes busqué, busqué y busqué una estrella que fuera solo para mí. Una estrella a la cual pudiera entregarme. Y la encontré.

La vi con su tenue luz, con sus ojos profundos como las grandes marismas de los océanos, con su sonrisa curvada como la de una niña inocente y traviesa, con su alma inmensa como un castillo de cristal. Y supe que éramos el uno para el otro.

Al verme, ella decidió venir. Se acercó a mí con su luz y, sin dejar de sonreír, me salvó de mí mismo. Me acarició la mejilla con la palma de su mano y sentí que la oscuridad que había en mi corazón se desvanecía. Me abrazó poniendo mi cara sobre su pecho y sentí que mis temores se hacían muy pequeños. Me miró a los ojos, al alma, y sentí que me hacía más fuerte. Rozó mis labios con los suyos mientras susurraba una sola palabra, un “juntos” que nunca llegaría a cumplirse. Me besó.
Y al amarme, al cumplir mi deseo, dejó de ser una estrella fugaz, dejó de ser libre y subió al cielo para formar parte de una constelación estática y casi sin vida.

Desde aquel momento cada noche salgo y miro el cielo nocturno. Desde aquel momento, cada noche miro hacia arriba. Y la veo.
Y me estiro.
Y salto.
Y estoy cerca de alcanzarla.
Y caigo.
Y me quito el polvo de la ropa, y vuelvo a intentarlo.

Cada noche, hasta alcanzarla. Hasta que volvamos a ser uno.

Me salvó. Ahora debo hacerlo yo.
Si fuera más alto, si saltara más, si me estirara un poco más podría llegar a cogerla, podría traerla de nuevo a la vida, a la libertad. Tengo que ser mejor.

Hace tiempo, le robé la libertad a una estrella fugaz. Y mi castigo ahora es cuidarla en su cautiverio, hasta que de nuevo pueda ser libre.


Pero, como dice la canción… “cuidar de las estrellas puede ser un buen castigo…”, si la estrella que cuido es ella.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Vive de mi

Y en los momentos finales, cuando mis ojos comenzaban a fallar y sólo veía el contorno de tu oreja y de la parte de atrás de tu cabeza, cuando las luces y las sombras se mezclaban haciendo más difícil aún mantener la vista fija en la realidad, lo vi; te vi.

Te vi de pie, en la entrada de aquel edificio gris con grandes puertas de cristal, con la luz reflejándose en tu piel y tus ojos, nerviosos, mirando hacia todos lados.
Y te vi acercándote, mirándome, preguntándome en aquella estación de tren si los dos íbamos hacia el mismo lugar.
Y te vi bromeando conmigo, aceptándome, abriéndote a mí. Dejándome ver lo mejor y lo peor de ti y de tu vida.
Te vi sonriendo. Te vi pegándome mientras sonríes, jugando. Te vi fruncir el ceño.
Te vi despidiéndote de mí con la mano mientras ese autobús te alejaba de mí y yo pedía que una rueda se pinchara para poder pasar unos minutos más a tu lado.
Te vi sonrojándote. Te vi negando lo evidente.
Te vi prudente, aunque había veces que no podías controlarte conmigo.
Te vi tímida, te vi con miedo. Te vi con ganas.
Te vi dándome todo lo que tenías, dándome tu ser, entregándote a mí.
Te vi enfadarte, y gritarme. Te vi estar horas y días sin hablarme.
Te vi perdonarme cuando tenías razón, y te vi disculparte cuando no.
Te vi junto a mí.

Así que en ese momento, al final, cuando mi consciencia se disipaba justo después de sentir dos pinchazos en el cuello justo después de que me mordieras, solo podía pensar en que quería que siguieras: que siguieras mordiendo, que siguieras succionando, que siguieras matándome, porque lo necesitabas.
Porque solo he estado aquí para ti, para que puedas utilizarme, para que puedas poner tu pie encima de mí y que así llegues un poco más alto. Porque siempre he querido que lo tomes todo de mí, todo lo que soy y todo lo que tengo. Porque así me haces ser útil.

Y no fue hasta ese momento final, que me di cuenta de que no solo quería darte todo de mí por tu bien, sino que también de esa manera podría obtener la libertad de no tener que seguir haciéndolo.